MISERICORDIA DIVINA
           [223]

 
   
 

 
     

 

   Es un tema básico y prioritario en la catequesis, pues de él depende la orientación de muchos otros rasgos. La conciencia de la bondad divina es condicionante para la vida cristiana. Educar la fe desde la perspectiva de un Dios infinitamente miseri­cordioso es el manantial de la religiosidad sana, es decir en donde la gratuidad se transforme en gratitud.

   1. Dios es misericordioso

   Dios se muestra bueno, compasivo, generoso con los hombres. Y los hom­bres deben responder con la caridad: caridad pura o amor a Dios; caridad proyectiva o amor al prójimo.
   Es el reclamo más insistente y persistente del Dios Padre que Cristo presenta en el Evangelio: Padre bondadoso, Providente, dispuesto al perdón. Es decisivo para una buena educación en la fe el descubrir la misericordia del Señor.
   Dios es la bondad absoluta, en sí, en relación a los seres inteligentes y en referencia a todas las cosas creadas. De este principio se derivan todas las consideraciones sobre el amor a Dios, sobre la caridad, sobre la fe, sobre la oración, sobre la Providencia, sobre la Misericordia, sobre la perfección divina, sobre nuestro deber de acercarnos a El.
   La bondad de cualquier criatura, incluida el hombre, sólo es posible en cuanto reflejo de la Bondad suprema y esencial divina.

   2. Rasgos de la bondad divina

   Tres aspectos prácticos de la bondad divina interesan de forma especial en la catequesis: La bondad moral en Dios o santidad, la bondad proyectiva o benovolencia, la misericordia divina o compasión con las miserias y debilidades de los hombres pecadores.

 


    2.1. La bondad moral.

  Es la santidad de Dios. Consiste en la ausencia en Dios de la minima limitación o imperfección. Por eso es preciso enseñar a ver a Dios como la plenitud del amor y de la perfección. Cualquier limitación o carencia de afecto, de generosidad, de perfección, es incompatible con la idea de Dios. La santidad de Dios es la absoluta bondad moral o perfección en el amor.
   La Palabra de Dios abunda en este recuerdo divino y en el deseo de presentar a Dios como compasivo y amante de los hombres: del pueblo elegido y de cada persona en particular
  Y los textos bíblicos se multiplican de forma inacabable: "Dios es santo" y "Dios es fiel y ajeno a toda maldad." (Deut. 32. 4); "No eres tú un Dios a quien le agrade la injusticia" (Sal.5.5); "Oh Dios, santos son tus caminos!" (Sal. 76, 14); ¡Santo, santo, santo Yahvé Sebaot! Está la tierra toda llena de tu gloria" (Is. 6. 3).
   La piedad tradicional, la liturgia, la ascesis que se refleja en la vida de todos los santos, los mensajes de los escritores y pastores cristianos, reflejan preferentemente la santidad de Dios.
   Esta visión de la santidad divina es esencial en la buena catequesis, pues el contraste entre el Dios bueno y el hombre pecador es el camino más asequible para entender, acoger y convertir en vida el mensaje cristiano. De aquí arranca la conversión o vuelta a Dios, el Reino de Dios o asimilación del amor de Dios, y la entrega plena a la divinidad. Es la palan­ca que hace al hombre desear hacer­se cada vez mejor mediante la unión con Dios.

   2.2. La benevolencia divina.

   Dios siempre quiere el bien y su benignidad con respecto a los hombres no tiene límite. La bondad divina hace referencia a los bienes continuos que ellos reciben de su generosidad suprema. Dios no sólo es bueno, sino que se manifiesta como tal. Hace continuos beneficios, de modo que el hombre queda abrumado por tantos dones naturales y sobrenaturales que recibe desde su nacimiento.
   Además de amarle por sí mismo, por su bondad metafísica, el hombre debe aprender a amarle como agradecimiento por su bondad. Esta actitud puede parecer a primera vista como interesada y egoísta y por lo tanto parcial e imperfecta.
   Pero en la catequesis es importante aceptarla como natural en el ser inmadura, debido al egocentrismo del niño y del joven, incluso de las personas de sencilla complexión espiritual.
   La benevolencia de Dios se manifiesta en los innumerables bienes que da. Ante ellos tenemos que sentir el agradecimiento, la seguridad y el deseo de respuesta, sobre todo cumpliendo su santa voluntad.
   En el hecho de recibir de Dios, Padre de todos los hombres, los bienes abun­dantes que proporciona, está la base para entender el por qué debemos compartirlos con los demás. El amor al prójimo es efecto del amor a Dios y el amor a Dios es coronación del amor al prójimo.
 
  

   

 

2.3. La misericordia

   La misericordia divina es una forma de la visión amorosa de la divinidad. Es la misma benignidad de Dios, que se compadece de todos los hombres.
   Su corazón infinito tiene misericordia para todos: los pecadores, los débiles, los pobres, los abandonados. Les llena de beneficios, destruye en ellos las miserias que les afectan, les ayuda a superar los males morales del vicio y del pecado.
   Dios es infinitamente misericordioso y como tal debe ser presentado. Pero es conveniente no identificar la misericordia con la debilidad. El catequista no debe reducir la compasión divina a un sentimiento humano de mera ternura. Debe hacerla compatible con la justicia, con la exigencia del deber, con la fortaleza y con su grande­za suprema.
   Dios, como Ser perfectísimo, no reduce su amor a los hombres un afecto de compasión en sentido estricto (participar en los padecimientos de otra persona). Dios no sufre, pues no puede padecer en cuanto Dios. Su misericordia es más trascendente y aleja de las criaturas la miseria, sobre todo del pecado.
   La Sagrada Escritura recuerda continua­mente la misericordia: "Es Yahvé compasivo y benigno, tardo a la ira, rico en clemencia" (Sal 102. 8); "Es benigno Yahvé para con todos, y su misericordia está en todas sus criaturas" (Sal. 144. 9).
   La misericordia divina se manifiesta en su plenitud en la multitud de textos del Nuevo Testamento: (Lc. 6, 36; 2 Cor. 1. 3; Ef. 2. 4...)  En ellos se alude a la compa­sión del Señor con sus criaturas: 78 veces se emplea en el Nuevo Testamento el verbo “eleos”, compadecerse; 12 veces surge la idea de “oiktirmos”, compasión; unas cien veces se usa la idea de perdón con sentido de misericordia, innumerables términos equivalentes, como pena, generosidad, acogida, dolor, dádiva, etc, aluden a las disposición misericordiosa de Dios con respecto a los hombres. Los textos análogos son innumerables. Se puede decir que ninguna idea abunda tanto como la de misericordia.

   3. Misericordia en Cristo

   El reflejo más sublime de la misericordia divina es la encarnación del Hijo de Dios para redimir a los hombres por amor. (Lc. 1. 78; Jn. 3. 16; Tit. 3. 4)
   En la encarnación tomó el Hijo de Dios una naturaleza humana y con ella podía ya sentir el afecto de la ”compasión” por los hombres: "Por esto hubo de asemejarse en todo a sus hermanos, a fin de hacerse Pontífice misericordioso y fiel, en las cosas que tocan a Dios para expiar los pecados del pueblo" (Hebr. 2. 17 y Hebr. 4. 15). Cristo es la encarnación del Verbo por amor a los hombres. En el se da la perfecta encarnación del amor salvífico. Es el amor divino hecho hombre.

   3.1. Misericordia y Catequesis

   El catequista tiene que valorar su misma acción en beneficio de los catequizandos como una participación en la misericordia del Señor. Debe recordar que "todas las sendas de Yahvé son misericordia y bondad para los que guardan el pacto y los mandamientos" (Sal. 24. 10). Pero debe tener en cuenta que su misma tarea de catequista es un modo de hacer presente la misericordia divina en la vida de sus catequizandos.
   - Presentará el mensaje de la miseri­cor­dia como punto de partida de toda su tarea.
   - Lo hará fuente de inspiración de la piedad del catequizando, enseñándole a dar gracia a Dios.
   - Lo convertirá en base de su vida espiritual, sobre todo tratándose de niños y jóvenes espiritualmente necesitados de ayuda, protección e iluminación.
   - Lo hará compatible con los sentimientos más puros de respeto a la justifica divina, de cultivo de la fortaleza moral y de apertura a la caridad fraterna.
   - Tratará de personalizar estos sentimientos y transformarlos en hechos de vida cotidiana, para que no se queden en simples afectos fugaces y parciales.
    En todo caso, el catequista recordará que la síntesis más excel­sa de la misericordia y de la justicia divinas se halla en la muerte de Jesucristo en la cruz tal como nos la presenta la Palabra de Dios. (Jn 3. 16; Rom. 3. 25)
    Ella es el punto de partida de nuestra vida de fe y a través de ella recibimos la plenitud del perdón divino y aprendemos a volvernos hacia los hermanos con actitudes de comprensión, bondad y per­dón.
   También es bueno el recordar que la misericordia de Dios no es una mera manifestación de la bondad y amor divinos. Es, al mismo tiempo, la señal clara y cautivadora del poder y majestad de Dios: "Tú tienes piedad de todos los hombres, porque todo lo puedes hacer " (Sab. 1. 1).
    Por eso acudimos a Dios, pues tenemos confianza en su poder, pero también en el amor misericordioso que tiene con nosotros
.